Tras tres años de profesión como administrador de fincas, en la localidad de Valencia, por fin me he decidido a trasladar mi lugar de trabajo. Abandonaré la pequeña y austera vivienda de mis padres que, desde la pérdida de ambos y tras unos pequeños retoques en el inmueble, utilicé como despacho.

Estos últimos años han pasado tan rápido que apenas he podido disfrutarlos.Ya me lo llevaba diciendo Marta: “Salvador, a ver cuándo busca una oficina más grande donde tengamos algo más de espacio, ¿no se da cuenta de que el papel nos invade?» – me decía periódicamente. Marta, que la crisis pasada la dejó en el desempleo tras una no corta vida profesional como administrativa en una pequeña constructora local, la había contratado tras un primer año de andadura en solitario.

Creo que su carrera profesional le había permitido conseguir un exquisito trato con proveedores. Tenía carácter para exigir y siempre sabía apretar a cualquiera de ellos para conseguir rapidez en la solución de incidencias. Sin embargo, el trato con los clientes era un poco tosco. Era mi caballo de batalla con ella. No se daba cuenta de lo importante que era un buen trato con los vecinos, no solo para mantener sino para que pudiéramos poco a poco aumentar nuestra mediana cartera de comunidades de propietarios.

No es que yo no cometiera errores, lo cierto es que muchos. Quizás por eso habían sido los tres años más duros e instructivos de mi vida laboral. Había pasado de trabajar en una oficina bancaria, a ponerme al mando de una Sociedad Limitada, Administraciones Salvador Miralles. Siempre sentí la inquietud de emprender y ser el dueño de mi horario y mis labores.

Aún recuerdo mi primera visita al Colegio de Administradores de Fincas, tras pagar las tasas por mi colegiación y salir por la puerta, sentí algo parecido o, mejor dicho, idéntico que tras ver la nota de mi última asignatura pendiente en la Universidad de Valencia. Aquel día conseguí mi Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas, y recientemente sentí la posibilidad de poder hacer algo nuevo como profesional.

Tenía muchas expectativas en el nuevo local. Ahora los vecinos podrían visitarnos más cómodamente y seríamos visibles a los viandantes. Estaba ubicado próximo al Mercado de Ruzafa, y aunque me iba a suponer un coste extra, esperaba recuperarlo con nuevas comunidades en los próximos seis meses.

Estos años había intentado restar importancia a la oficina, obviamente mi viejo piso no me colocaba en una situación privilegiada en comparación con la competencia y ahora, sin embargo tenía que promocionar la espléndida ubicación de mi nuevo local. “Marta, ahora tendremos oficinas separadas y sala para pequeñas reuniones”– Creo que se lo había repetido al menos una docena de veces en la última semana.