Había pasado ya algo más de una semana desde mi última reflexión y no había tenido el valor suficiente para comunicar a Marta mis nuevas intenciones. Nuevamente nos pondríamos manos a la obra en busca de un despacho innovador.

Era difícil para mí esta situación. Tenía la intranquilidad de que Marta no acogiera con buen agrado retomar nuestra antigua meta. Hace ya más de un año tuvimos que abandonar el proceso de cambio porque no encontrábamos las herramientas y los recursos necesarios para poder conseguirla.

Era martes por la tarde y por fin tuve el valor suficiente. “Marta, ¿qué te parecería si volviéramos a trabajar en aquella ilusionante idea de hace un año? ¿te acuerdas?”.

Dejé pasar unos segundos y no hubo respuesta de Marta. Pensé que bien no sabía de lo que le hablaba o que ya se había percatado de mis intenciones y no le interesaba.  Seguí buscando una respuesta por su parte y añadí: “Marta, en esta ocasión tengo pensado automatizar muchos procesos”.

Al instante, Marta dejó lo que estaba haciendo, giró la cabeza y, tras permanecer un par de segundos con su mirada fija, me dijo: “Salvador, ya sabes que tenemos cada vez más trabajo y creo que no es buen momento parar perder más el tiempo”.

Esta respuesta me dejó helado. Marta debía ser mi cómplice en este duro camino. ¿Cómo podría volver a ilusionarle?

No me podía permitir el lujo de que no estuviera completamente convencida de que el cambio nos haría mejores y más fuertes. En el fondo entendía su desánimo, ya que dimos, o mejor dicho di, por perdido todo el esfuerzo que empleamos en nuestro último y único intento.

“Marta, he leído un artículo que comenta que con la automatización de los procesos se pueden conseguir muy buenos resultados. Creo que, si conseguimos aplicar algo de todo esto, alcanzaremos muchas metas con poco esfuerzo”, le comenté con un tono de voz ilusionante y convincente.

Marta retomó sus tareas y no me dijo ni una sola palabra sobre este asunto en el resto del día. Quise entender que necesitaba su momento y su tiempo de reflexión. No me importaba este descanso, ya que le necesitaba con los ánimos a tope.

Al día siguiente esperaba poder comenzar a planificar, junto con Marta, todos los trabajos que necesitábamos, pero era casi mediodía y ni tan siquiera se había dirigido a mí.

Próximo al descanso de la comida no pude resistirme. Me acerqué a Marta, me puse a su lado, y le dije: “Marta, no sé qué opinas al respecto de todo esto, pero necesito que seamos un equipo y busquemos las mismas metas, ¿puedo contar contigo?”.

Marta contestó: “Claro, Salvador, siempre he estado contigo y en esta ocasión no será menos”.

Pues ¡manos a la obra entonces!